Adrian Danchig-Waring

El principal bailarín del Ballet de la Ciudad de Nueva York, Adrian Danchig-Waring, habla sobre la fortaleza, el sacrificio y cómo desafiar a la gravedad

En My Beauty, los rostros más cautivadores de la moda y la cultura revelan en sus propias palabras lo que la idea de la belleza significa para ellos

Como bailarín principal del Ballet de la Ciudad de Nueva York, Adrian Danchig-Waring es proclive a realizar fabulosas proezas de fuerza, desplazándose por el escenario con fluidez y gracia súper humana mientras eleva a bailarinas con tanta facilidad que parece estar desafiando las leyes de la gravedad. Su cuerpo posee gran belleza, es tanto una obra como un conductor de arte. Aquí, Adrian comparte sus reflexiones sobre la belleza — cómo y cuándo lo inspira y la filosofía que ilumina su arte.

“Empecé a tomarme el ballet en serio cuando tenía 13, un poco tarde para esta actividad. Crecí en una zona muy liberal de California y siempre estaba bailando, por lo que mis padres me inscribieron en Danzas Folclóricas Rusas, ya que soy de ascendencia rusa por parte de mi mamá. Empecé a tomar clases de gimnasia y acrobacias chinas y luego nos mudamos al otro lado del Puente Golden Gate, al Condado Marin, y resulta que había un estudio de danzas que tenía un programa de ballet pre-profesional. También contaban con clases de tap, jazz, danzas modernas, afro-haitianas y pantomima, y lo hice todo. Lo único a lo que me resistía era al ballet. Era demasiado estructurado para mí. Danzas hippies y libres, eso es lo que quería hacer cuando era un niño. Me llevó un tiempo madurar y apreciar la naturaleza reglamentada del ballet”.

“Mi propia creatividad generativa se produce cuando tengo parámetros claros, si tengo una idea de cómo será la estructura en la que estoy trabajando, entonces así puedo encontrar mi voz. Como el ballet es tan claro y conciso en su alfabeto, encontré muchas formas de disfrutar del placer creativo en él. También estaba atravesando la pubertad, así que mi cuerpo estaba cambiando y esta era una forma de sentir que tenía cierto control sobre mi parte física y la forma en la que me relacionaba con el mundo”.

“Estamos en el estudio, en el escenario, seis días a la semana, y ejercitamos entre ocho y 12 horas por día. Eso te mantiene en forma”.

“En primer lugar, el trabajo nos da forma. Pero también existe una verdad obvia en el ballet, que te da más longitud cuando tu cuerpo está en forma. El cuerpo masculino se forma de manera diferente que el cuerpo femenino por razones hormonales, pero también debido a la naturaleza de nuestro trabajo — las principales exigencias para mí son saltar, girar y levantar mujeres. Esas cosas requieren mucha más masa muscular que el trabajo en pointe con pequeños matices que las mujeres deben llevar a cabo. No requiere menos control o desarrollo muscular, sólo masa. Y luego existe la mera función de nuestra vida laboral, la cual consiste en estar en el estudio, en el escenario, seis días a la semana, y ejercitar entre ocho y 12 horas por día. Eso te mantiene en forma”.

“En el arte del ballet existe un gran impulso hacia lo que yo llamaría el cuerpo cosificado, en contraposición al cuerpo físico. El cuerpo cosificado niega la gravedad, el dolor, la transpiración y la fatiga, así que cuando veas a una bailarina sobre el escenario y está usando ese calzado de punta, no cuadra con tu comprensión de cómo se mueven y se comportan los seres humanos. Hay algo acerca de esa rareza que es verdaderamente mágica y te cautiva”.

“Todo tiene que ver con el paradigma de la naturaleza. Para mí, el pináculo de la belleza es el orden natural. Especialmente en la Ciudad de Nueva York, una ciudad grande, rápida y con una vida afanosa, esta clase de equilibrio básico para mí consiste en buscar la quietud y la serenidad de los espacios naturales. Tengo un jardín — es una terraza, pero yo lo llamo jardín — con enormes macetas con árboles. Ese es mi ritual, cuidar de esta pequeña parcela. Miro mucho hacia arriba. Porque en la Ciudad de Nueva York a menudo te olvidas de que el cielo está arriba. Allí es donde está el baldaquín de las estrellas por la noche. Estar sentado, en la presencia de olas que chapotean, y la atracción gravitacional de la luna, y el viento en las hojas. Eso es un bálsamo, o una cura, para mí”.

“Una de las cosas que amo de la danza es que sólo sucede en el momento... no dura para siempre”.

“No diría que soy budista, porque no creo que lo sea, pero hay mucho en esos preceptos — principalmente que la vida es sufrimiento — que tenemos que aceptar. Somos criaturas mortales, y pensar que esta vida terrestre va a terminar, es una realidad que todos tratamos de evitar. Por eso construimos monumentos para recordar a las grandes mentes y practicamos un arte efímero. Creo que existe algo muy importante en darnos cuenta de lo frágiles que en verdad somos como individuos, como organismos y como seres con sentimientos”.

“Una de las cosas que amo de la danza es que sólo sucede en el momento. Todo se acaba en el minuto en que baja el telón y no puedes aferrarte a ello. Me encanta que en la economía moderna, ese aspecto en realidad no puede ser convertido en un bien de cambio. Cuando observas la burbuja del arte contemporáneo, por ejemplo, y la forma en que las personas invierten en algo como si fuera una divisa más, la naturaleza efímera de la danza no puede ser inmovilizada de esa manera. Es esta gran necesidad que tenemos como seres humanos de estar en presencia de algo hermoso, que nos transporte y nos sumerja, algo dinámico, virtuoso, que nos haga sentir que pertenecemos en un lugar... y luego se acaba. No puede ser para siempre. El lente, el lente del espectador, puede despersonalizar, pero no puede hacer que sea algo concreto. Es una metáfora de lo que la vida es en realidad”.